Saluda Administrador Apostólico de Ávila 2023

JESÚS GARCÍA BURILLO

Comparte en tus redes:

Agradezco cordialmente a la Cadena COPE su invitación a dirigirme a la gran familia que forman los oyentes de esta Cadena nacional.

 

«Misericordia, Señor, hemos pecado» (Sal. 50). A lo largo de los cuarenta días de la Cuaresma ha resuena en nuestras mentes y en nuestros corazones esta antífona que leíamos en la misa del Miércoles de Ceniza como expresión de un deseo, de una súplica y de un proyecto: el deseo de ponernos ante nosotros mismos para, confrontados con el amor y la misericordia de Dios, descubrir quiénes somos, plantearnos con sinceridad qué implica nuestro pecado como acto que rompe la comunión con Dios y con nuestros hermanos, tomar conciencia de a quién hemos ofendido y, por último, dónde poner nuestra esperanza al transitar por este camino cuaresmal y llegar purificados a la celebración de la pasión y resurrección del Señor.

 

En la Biblia, el número 40 refiere una etapa de preparación durante el tiempo terreno. Los ejemplos se multiplican: cuarenta días duró el diluvio, la exploración del país de Canaán y cuarenta años el largo éxodo que acabaría en la tierra prometida. Por tanto, la Cuaresma puede considerarse como un resumen de nuestra vida entera en cuanto período de preparación para aquella nueva existencia que confiamos que la resurrección nos otorgue.

 

En el marco del Año Jubilar de Santa Teresa que celebramos en Ávila, nos conviene recordar las constantes llamadas de nuestra Santa a la meditación y contemplación de la Pasión del Señor: «[la Pasión] es el modo de oración en que han de comenzar, y de mediar y de acabar todo»; advirtiéndonos que es «muy excelente y seguro camino» (cf. Libro de la vida, 13, 13). La Cruz del Señor adquiere una especial relevancia en la vida y misión de Santa Teresa de Jesús: se basa en ella para hacer frente a las asechanzas del demonio; recomienda santiguarse de manera habitual poniendo relieve el poder salvador de la cruz de Jesús, y en ella reconoce el origen y el sustento de la vida: «En la cruz está la vida».

 

Su vivencia intensa de la pasión y resurrección de Cristo suscita en nosotros un cambio de vida que nos lleve a ser cristianos más auténticos, es decir, a dejar que Cristo llene nuestros corazones de su presencia constante. Si dejamos que Jesús reine en nuestras vidas desde el trono de la Cruz, si dejamos que Él nos transforme y cure nuestras heridas, si nos dejamos convertir por el que es el «camino, la verdad y la vida», estaremos en disposición de dar la batalla por la verdad y la fraternidad en nuestro mundo.

 

No quiero terminar este breve saludo sin invitaros a los oyentes y a cuantos caminamos juntos sinodalmente a poner nuestras vidas en las manos de la Virgen Dolorosa, quien de manera discreta pero eficaz, participó en los misterios de redención de su Hijo, acompañándole de corazón en su pasión y muerte en la cruz en espera de la Resurrección.

 

Recibid, con mi bendición, un afectuoso saludo,

JESÚS GARCÍA BURILLO

Administrador Apostólico de Ávila